Lo que caracteriza al verdadero cuento de miedo es la
aparición de un elemento sobrenatural e inexplicable,
totalmente irreductible al universo
conocido, que rompe los esquemas conceptuales vigentes e
insinúa la existencia de leyes y
dimensiones que no podemos ni intentar comprender, so pena de
sufrir graves cortocircuitos cerebrales.
He aquí una referencia clara al cuento de terror
literario, aunque parece más bien restringirse al modelo y
espíritu de uno de los grandes representantes de la
modalidad: H. P. Lovecraft. Pero lo que habría que
destacar sin duda es el elemento "sobrenatural".
Más recientemente, el importante antologista
norteamericano David G. Hartwell (responsable, entre otras
contribuciones, de The dark descent, traducido como "El
gran libro del
terror" por Ed. Martínez Roca), afirma que al final de
un cuento de
terror, el lector se queda con una nueva percepción
de la naturaleza de
la realidad, y divide la literatura de terror en tres
corrientes: 1. La alegoría moral (relatos
sobrenaturales). 2. La metáfora psicológica
(psicopatologías varias), y 3. Lo fantástico (la
moderna mezcla de ambas).
Anteriormente, los insignes compiladores
argentinos Jorge Luis Borges, Silvina
Ocampo y Adolfo Bioy Casares, a juzgar por el principio de
selección que pareció animarles a la
hora de reunir los materiales de
su célebre Antología de la literatura
fantástica (1965), solaparon en gran medida el relato
fantástico con el de terror, lo que no ayuda precisamente
como guía a aquellos con vocación clasificadora.
Borges y compañía afirmaban en el prólogo de
la obra citada que no hay un tipo de cuento fantástico,
sino muchos. Lo mismo puede aplicarse al cuento de terror. Tan
absurdo es dividirlo en cuentos de
vampiros, de fantasmas, de
muertos vivientes, etc., como atender a criterios puramente
técnicos o estructurales para su estudio. El grado de
sofisticación literaria en este campo concreto (como
en cualquier otra manifestación artística, a la
vuelta del siglo XX, lo que en música se conoce por
"mestizaje") ha llegado a tal punto que difícilmente
resultará verosímil ?meramente productivo? otro
criterio de selección que el meramente
histórico.
Técnicas.- Dejando aparte las fuentes
tradicionales, nutridas de la cultura y la
historia de los
pueblos, el cuento de terror literario trata de vérselas y
hacerse eco de esos espantos mucho más personales que nos
persiguen y agobian a través de las pesadillas. Un cuento
de terror no supone, en realidad, más que un intento de
recrear con fines catárticos (si bien no falta quien
afirme que sádicos) tales mundos oníricos, con todo
lo de estrambótico y siniestro que contienen, aunque
acatando siempre unas determinadas reglas. Sólo hay una
salvedad: al final, llegada la necesidad, no le asiste a uno el
recurso de despertarse.
Como producto
artístico, el cuento de miedo se ve constreñido,
pues, por una normativa procedimental característica. Tres
son los elementos o exigencias fundamentales que debe cumplir. En
primer lugar, ha de verificarse un cuidado muy especial en el
diseño
del clima, la
"atmósfera"
que rodea los siniestros acontecimientos de marras, aspecto este
en el cual los grandes autores se evidencian a menudo como
auténticos virtuosos.
El cuentista suele asimismo trabajar con gran detalle el
desarrollo
narrativo, la gradación de efectos, es decir, la estructura
secuencial de la historia, de manera que contribuya en todo lo
posible a la suspensión de la credulidad del lector, a la
verosimilitud (tan apreciada o más que la propia
originalidad por Poe); lo que se pretende suscitar en el lector
es el miedo, y está de sobra demostrado que a tal efecto
prima una mecánica lenta y gradual.
Todo cuento de terror, finalmente, como se ha dicho, resulta
en un pequeño tratado sobre el Mal en alguno de sus
infinitos rostros y formas, por lo que, en principio, conviene
obviar toda otra consideración, moralista o sensible, a la
hora de abordar su ejecución o su lectura.
2.
Antecedentes
Los antecedentes inmediatos del formato breve, como tal, hay
que buscarlos, no obstante, en el largo, más en concreto
en la llamada "novela
gótica", que floreció en la segunda mitad del siglo
XVIII y primera del XIX, en tierra de
nadie entre racionalismo y
romanticismo.
Los grandes novelistas góticos, inspirados principalmente
en el romanticismo alemán y en autores como Daniel Defoe,
S. T. Coleridge, el Marqués de Sade, y sin duda en los
demonios de Goethe y los fantasmas de Shakespeare,
entendieron por sobrenatural un tétrico submundo poblado
de nobles atrabiliarios, espectros aulladores y monjas
ensangrentadas, pululando en infernal mezcolanza por
lóbregas catacumbas de vetustos castillos marcados por
alguna oscura maldición, convenientemente subrayada a cada
paso por rayos, truenos y centellas de tormenta.
El inglés
Horace Walpole fue el padre de la exitosa serie (El castillo
de Otranto, 1764). Años más tarde, tuvo como
destacados continuadores a la escritora, Ann Radcliffe (Los
misterios de
Udolfo, 1794), a Matthew G. Lewis (El monje, 1796) y
Charles Maturin (Melmoth el errabundo, 1820), sin olvidar
a la que fue precursora de la ciencia-ficción Mary Shelley
(Frankenstein o el Moderno Prometeo, de 1817).
3. Primeras
muestras
Entre los primeros cuentistas propiamente dichos, es preciso
nombrar al alemán E.T.A. Hoffmann (1776-1822), a quien
Lovecraft llegó a tachar de ligero y extravagante, pero
cuyo talento pionero anticipó muchos de los temas y formas
que dominarían en años posteriores, incluyendo
la
ciencia-ficción, a través de títulos
como El magnetizador, El hombre de
arena o Los autómatas.
El francés Charles Nodier (1780-1844), bibliotecario de
enorme prestigio en su tiempo,
además de filósofo, científico y alborotador
político, a raíz de su devoción por
Hoffmann, dejó a la posteridad un nutrido ramillete de
obritas repletas de brujas, vampiros y espectros varios, a medias
entresacados de la tradición popular y de su propia
cosecha. En ellas se aúna la sencillez de diseño y
el delicioso sonsonete del viejo cuento de aparecidos: El
vampiro Arnold-Paul, El espectro de Olivier, Las
aventuras de Thibaud de la Jacquière, El tesoro del
diablo.
Escritores netamente románticos como Théophile
Gautier, Prosper Mérimée, Walter Scott,
Víctor Hugo, Washington Irving y el Barón de la
Motte-Fouqué, se sintieron pronto atraídos por la
nueva corriente, contribuyendo de una u otra forma, y con
desigual fortuna, a la misma, si bien ninguno de ellos puede
considerarse con rigor especialista en la materia. Algo
posterior, en España, el
romántico tardío Gustavo Adolfo Bécquer
(1836-1870) fue muy aclamado por sus Leyendas las
cuales contienen algunos cuentos de miedo de extraordinario
mérito (El monte de las ánimas, El
miserere, Maese Pérez el organista…).
4. Los grandes
clásicos
El norteamericano Edgar Allan Poe
(1809-1849) y el irlandés Joseph Sheridan Le Fanu
(1818-1873) son comúnmente considerados los dos autores
que abrieron camino en el género. De
Le Fanu se dice que es el fundador del relato de fantasmas
("ghost story") moderno en Gran Bretaña (El fantasma de
la Señora Crowl, Té verde, El
vigilante, Dickon el diablo…), modalidad que tanta
repercusión tendría luego en la época
victoriana. Pero lo que lo asemeja a Poe es el novedoso
tratamiento con que enfoca al fenómeno maléfico. La
fácil explicación racional, y mucho más, el
desenlace moralista positivo (la mano de la Providencia Divina
surgiendo de un modo u otro al final para poner las cosas, al
monstruo, al bueno y al malo, en su sitio) serán
desterrados definitivamente por estos autores. Ambos,
además, inaugurarán el llamado "terror
psicológico", más atento a la "atmósfera" de
la historia y a medir los efectos emocionales que al mero
susto.
Con Poe, el cuento de terror alcanzará, tan pronto,
hacia los años 30 del siglo XIX, sus más altas
cimas. El norteamericano es maestro absoluto del género
porque, en primer lugar, lo es de la técnica del relato
breve en sí. Por un lado su instinto y por otro su gran
bagaje poético, le permitieron incorporar el arte, la
música, la misma poesía,
hasta los efectos distorsionantes de los alucinógenos, a
un ámbito que él sabía muy exigente y
especializado; a tal fin decidió que era preciso
despojarlo previamente de todo lo accesorio, todo aquello que no
contribuyera al efecto puntual deseado (las citadas
consideraciones, sociales, morales, religiosas…). En sus
poderosas fantasmagorías no se trasluce otra cosa que una
imaginación y una inteligencia
portentosas rígidamente al servicio de un
designio artístico. Ningún otro autor, antes o
después, ha sabido evocar o, más bien, inventarse
de la nada atmósferas malsanas de pesadilla como
él, hilvanar las escenas con tan infernal habilidad,
culminar las historias con tan sonora consistencia.
(Títulos: El gato negro, La caída de la
Casa Usher, El barril de amontillado, El corazón
delator, por citar sólo unos pocos.)
El propio Poe alabó a su contemporáneo y
compatriota Nathaniel Hawthorne (1804-1864) como hombre de
genio. Este
autor, aunque gran estilista, se hallaba muy lastrado por el
rígido puritanismo en que se formó (un pariente
suyo fue juez en los procesos
contra la brujería celebrados en Salem), y no supo o no
quiso transmitir a sus historias ni la fuerza ni el
desgarro artístico que admiran en aquél.
(Títulos: Wakefield, El velo negro del
ministro, El experimento del Dr. Heidegger.)
Al escritor francés Guy de Maupassant (1850-1893)
discípulo de Flaubert y admirador de Poe, debe la
literatura europea de terror algunas de sus mejores piezas, y a
sus hondas convicciones naturalistas, probablemente, los acusados
tintes emocionales presentes en sus mejores cuentos: sus temas
fueron el pánico,
la soledad, la locura, la perdición. (Títulos:
El Horla, ¿Quién sabe?, La
cabellera, ¿Loco?)
El terror recuperó con el periodista norteamericano
Ambrose Bierce (1842-1914?) toda la garra y la intensidad que
había desarrollado Poe en sus orígenes. En sus
arrebatadoras fantasías, muchas de ellas ambientadas en la
Guerra de
Secesión americana, el terror pánico acecha siempre
en las cercanías, y en el momento de desatarse parece
decidido a devorar vivos literalmente a los personajes.
(Títulos: La cosa maldita, La muerte de
Halpin Frayser, Un habitante de Carcosa, La ventana
tapiada…).
5. Pleno
desarrollo
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el terror
encontró un grupo de
dignísimos cultivadores entre los grandes narradores de la
época: Charles Dickens, Robert Louis Stevenson, Rudyard
Kipling, Arthur Conan Doyle, H. G. Wells, Henry James, Bram
Stoker… El cuento de fantasmas viviría su apogeo en la
época victoriana y en los comienzos del siglo XX,
alcanzando niveles nunca vistos de calidad y
sofisticación. La lista de representantes ingleses es
interminable: Saki, Vernon Lee, F. Marion Crawford, E. F. Benson,
Richard Middleton, L. P. Hartley, H. Russell Wakefield, Edith
Wharton…
De este periodo es preciso destacar a dos autores: M. R. James
(1862-1936) y Algernon Blackwood (1869-1951), con quienes culmina
el cuento de fantasmas victoriano. Blackwood es un gran
cultivador del terror fantasmagórico, pero en ocasiones
aporta al género un elemento desconocido hasta el momento,
como es el horror enmarcado en majestuosos parajes de naturaleza
virgen, adornado de connotaciones paganas (en esto se
equiparará a Machen). (Títulos: El Wendigo,
Los sauces, La casa vacía, Culto
secreto.)
M. R. James, erudito y profesor
universitario, fue gran amante de la obra de Le Fanu, a quien
consideraba el más grande escritor de lo sobrenatural. Sus
espectros, criaturas siempre extrañas e inesperadas que
unas veces escapan de profundos escondrijos excavados en
cementerios y catedrales y otras se confunden con la luz diurna y los
objetos más familiares, prefiguran muchos de los horrores
"cotidianos" que las generaciones posteriores pondrían de
moda.
(Títulos: El sitial del coro, Silba y
acudiré, El álbum del canónigo
Alberico.)
El galés Arthur Machen (1863-1947) fue el autor que
enterró definitivamente los exhaustos horrores
góticos. Encontró su principal fuente de
inspiración en las antiguas leyendas romanas y celtas de
su tierra; al intentar una especie de neopaganismo,
anticipó la teogonía macabra desarrollada por su
seguidor más notable, H. P. Lovecraft. (Títulos:
El gran dios Pan, La pirámide ardiente,
El pueblo blanco, Los tres impostores.)
6. Lovecraft y
compañía
H. P. Lovecraft (1890-1937), norteamericano de Providence, es
reconocido por la crítica, junto a Poe, como el máximo
exponente del cuento de terror. Su aportación más
importante fue el llamado "cuento materialista de terror".
Mezclando el espanto con la ciencia-ficción, se trata de
una narración de horror cósmico que propone una
nueva mitología plena de escalofriantes dioses y
monstruosidades arquetípicos; se ha dicho que se trata de
la última mitología que ha conocido Occidente: los
Mitos de
Cthulhu. Devoto de Poe, sus otras fuentes conocidas son el
fantástico y enigmático mundo de los sueños,
la historia y el paisaje de Nueva Inglaterra, su
tierra, y un selecto grupo de autores de su predilección:
William Hope Hodgson, Lord Dunsany, Arthur Machen, Algernon
Blackwood, y algunos más. (Títulos: El horror de
Dunwich, La sombra sobre Innsmouth, En la noche de
los tiempos, El clérigo malvado…).
Pese a sus hábitos e idiosincrasia saturninos,
Lovecraft conoció en vida una nutrida camarilla de
imitadores y seguidores que formaron con él el llamado
Círculo de Lovecraft. Entre estos se encuentran algunos de
los más sólidos cuentistas de esa
generación: Robert Bloch, Fritz Leiber, Frank Belknap
Long, Clark Ashton Smith, August Derleth…
Para cerrar esta época memorable, conviene hacer
referencia al inglés Walter de la Mare (1873-1956), uno de
los mejores estilistas del género, maestro del terror
psicológico y urdidor de extrañas y exquisitas
tramas protagonizadas por los sueños, la ansiedad y una
callada desesperación. (Títulos: La tía
de Seaton, La orgía: un idilio, Todos los
santos, La trompeta.)
7. Los últimos
años
Entre los más conocidos autores contemporáneos,
en su mayoría norteamericanos, hay que mencionar a Robert
Aickman, T. E. D. Klein, Dan Simmons, Ramsey Campbell, Theodore
Sturgeon, los clásicos Richard Matheson, Ray Bradbury, el
joven (en los 80) y rompedor Clive Barker y el omnipresente e
irregular Stephen King. Casi todos estos autores han cultivado
con acierto la ciencia-ficción, especialmente Bradbury y
Matheson.
De habla hispana, cabe mentar como auténticos
especialistas al continuador de Edgar Allan Poe en castellano,
Horacio Quiroga (1878-1937: El síncope blanco y otras
historias) y Julio Cortázar (1914-1986): Casa
tomada, Todos los fuegos el fuego, La noche boca
arriba…
Las editoriales en castellano nunca han parecido dispuestas a
fomentar el género entre las nuevas generaciones de
escritores, sin embargo, por ejemplo en España, desde los
años 60 del siglo XX, no han dejado de aparecer
antologías de relatos macabros basadas en publicaciones
anglosajonas. Las ediciones de Editorial Bruguera (Las mejores
historias insólitas, Las mejores historias de
ultratumba, Las mejores historias de fantasmas…), a
cargo de compiladores como Kurt Singer, Forrest J. Ackerman o A.
van Hageland, así como las numerosas ediciones de las
editoriales Molino, Acervo y Vértice. De Alianza Editorial
contamos con las cuidadas selecciones de Rafael Llopis antes
citadas, en gran parte traducidas por él mismo. Editorial
Edhasa publicó en 1989 la canónica Historias de
fantasmas de la literatura inglesa, de Cox y Gilbert. La
Editorial Martínez Roca había sacado en 1977 la
también excelente Relatos maestros de terror y
misterio, editada por Agustí Bartrá. Esta misma
editorial, en los años 80 y 90, ofertó excelentes
selecciones de revistas norteamericanas de importancia como
Twilight Zone Magazine, que suponen un amplio muestrario
de las últimas y eclécticas tendencias. Más
recientemente, de Editorial Valdemar, Malos sueños,
en dos generosos volúmenes; y han surgido además
iniciativas nuevas como las de las editoriales Jaguar y
Factoría de Ideas.
Tomando como referencia los títulos que se acaban de
citar, podría aventurarse una lista selecta de cuentos de
terror, en orden a la especial atención que han recibido tradicionalmente
por parte de antologistas y críticos:
El gato negro, La caída de la casa Usher,
El barril de amontillado, El corazón
delator, de Poe. El horror de Dunwich, La sombra
sobre Innsmouth, de Lovecraft, El Horla, de
Maupassant, Un terror sagrado, La ventana tapiada,
de Ambrose Bierce, El rincón alegre, de Henry
James, El enemigo, de Chejov, Té verde, de
Sheridan Le Fanu, El armario, de Thomas Mann, La pata
de mono, de W. W. Jacobs, Silva y acudiré, de
M. R. James, El guardavías, de Dickens, Las
ratas del cementerio, de Henry Kuttner, Una rosa para
Emily, de Faulkner, Luvina, de Juan Rulfo,
El médico rural, de Kafka, Las hermanas, de
Joyce, El fumador de pipa, de Martin Armstrong, El
burlado, de Jack London, Vinum Sabbati, de Arthur
Machen, Janet, cuello torcido, de Stevenson, El
Wendigo, de Algernon Blackwood, La casa del juez, de
Bram Stoker, Casa tomada, de Julio
Cortázar, La balsa, de Stephen King…
8. Fuentes
La rama dorada. J. G. Frazer. Fondo de Cultura
Económica, 1986.
Teoría y técnica del cuento, Enrique
Anderson Imbert . Ariel, 1992.
El Gran Libro del Terror, David G. Hartwell.
Martínez Roca, 1989.
Antología de cuentos de terror, 3 tomos. Rafael
Llopis. Alianza, 1982.
Los mitos de Cthulhu. Rafael Llopis. Alianza. 1976.
Morfología del cuento. Vladimir Propp. Akal,
1998.
The evolution of the weird tale. S. T. Joshi.
Hippocampus Press, 2004.
El horror sobrenatural en la literatura. H. P.
Lovecraft. Barral, 1976.
4. Una breve biografía del autor,
donde pueden incluirse el pais y ciudad de nacimiento, sus
antecedentes, estudios realizados, profesión y
demás información que se considere
necesaria.
José Luis Fernández Arellano. Nacido en Madrid, 1959.
Licenciado en filología, cursos de filosofía. Poeta, traductor y narrador
especializado en literatura macabra, fantástica y de
ciencia-ficción.
Ha publicado el libro "Diez cuentos", Ed. Libertarias.
1994.
Esta monografía fue incorporada por el autor en
2006 a la Wikipedia en español
con el título ‘Cuento de terror’
5. País, ciudad y fecha correspondientes al trabajo
realizado. Madrid, septiembre de 2006.
José Luis Fernández Arellano
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